Zequi dice:

No se vayan sin dejar sus comentarios o los atormentaré...

sábado, 25 de octubre de 2014

EL SELLO






No había mucho que decir. Aquella noche había sido casi un compromiso. Perdonar y olvidar, una vez mas. Pero el dolor no se olvida mientras aun arde en el pecho. Y el decir "te perdono" no lo calma. Porque por la mañana ella seguía triste y pensando en la otra. El se despidió amoroso, pero tampoco parecía feliz. Ella decidió entonces que quería quedarse en la cama. Viajes de negocios, los verdaderos, los falsos. Esta ves es real, ¿verdad? Podía preguntarse eso todo el día, de hecho la noche la sorprendió aun elucubrando las posibilidades. "Si no ves el final del túnel es que debes avanzar mas rápido". Su madre siempre tan sabia. La llamada de su esposo se hacia esperar. Había prometido llamar ni bien aterrizara. Pero ya habían pasado dos horas desde ese horario y la noche no daba esperanzas.
Un reflejo inusual le hizo caer las naves a tierra. La casa estaba a oscuras porque recién anochecía. Y desde la parte mas abandonada de la casa, esa que solo usaba cuando estaba con él, desde esa región ensombrecida, hasta le llegó una brisa fría con olor a muerte. Nada la convencería de alejarse de la televisión, que por cierto no estaba siquiera viendo. Se quedó dormida tratando de ignorar que una de sus paredes parecía haber desaparecido, y que ahora daba a un cementerio. Pero la noche siguiente algo se agregó al resplandor y la brisa. Un aullido lejano digno de una historia de terror fue la gota que rebalsó el vaso. La cocina estaba de paso, tan abandonada como la mitad de la casa que ya no visitaba, así que tomó un cuchillo que apuntó directamente hacia adelante. Mas allá, ese resplandor naranja y la brisa mortuoria que ya a estas alturas le provocaba arcadas. La mayor parte del solar se veía igual de negro que el resto de la zona no frecuentada. Pero ese resplandor seguía ahí, sin poderse distinguir de donde precisamente provenía. Atravesaba los muebles y le daba un tono dorado al ambiente, lo cual hubiera parecido bello si no fuera del olor a putrefacción y la neblina que comenzaba a llenar la casa. Pero por alguna razón se le ocurrió que podía venir de debajo de alguno de los sillones. Apenas veía como para saber cual correría pero un tropezón hizo el trabajo muy rápido. Y cuando el camino se despejó pudo ver los relucientes caracteres en el zócalo. Un pequeño dibujo extraño que parecía una minúscula ventana... o mas bien una cerradura. La brisa se hacia intensa cuanto mas se acercaba pero nunca llegaba lo suficientemente cerca como para tocar la figura. Sin recordar las dimensiones de la habitación se desesperó y corrió varios pasos hasta que tomó con sus propias manos la corteza del árbol.
El árbol, tan negro y húmedo, estaba muerto como las movedizas sombras que recién ahora se le hacían obvias. Muerto y putrefacto como todo aquí con esa luna bañada de sangre. “Pero... ¿donde estoy?”. Sin duda no había un bosque muerto en su propiedad, por mucho que hiciera que no la recorría, estaba segura. Las sombras se acercaban por el suelo, mientras la sabia fría del árbol le había pegado la mano y ella trataba desesperadamente de soltarse, unos dedos de hueso afilado le tomaron la pantorrilla con la fuerza de una pinza y la velocidad de un látigo que le abrió la carne mientras exprimía su sangre. Los alaridos de Afsâna iban seguidos de puñaladas y competían con los rugidos de las bestias que se abalanzaban para obtener un pedazo de ella. Pero el cuchillo solo sentía hueso y cuero, no lograba lastimar. Buscaba los ojos, para dañar a las bestias, que ya comenzaban a perforarle la carne, pero en la oscuridad no había ojos para herir. Y los de ella no servían para mucho mas que para ubicar la luna sangrienta. De pronto las sacudidas desesperadas le soltaron la mano izquierda y volvió el reflejo dorado. Como si se tratara de fuego las sombras la soltaron para huir. Se quedaron a una distancia prudente, vigilando como sangraba.
La sabia comenzaba a cubrir el símbolo de nuevo y su resplandor se apagaba. Los monstruos se envalentonaban de a poco. Y ella, sangrando, decidió que la única vía posible era subir al árbol que había intentado atraparla segundos antes. Alcanzar la primera rama con su pierna hecha jirones y casi todas sus extremidades perforadas fue una agonía. Al igual que las siguientes 19, puntiagudas, ásperas, se metían en las heridas los fríos y secos brotes. Se acercaban, contorsionándose detrás de ella, los inmundos engendros, persiguiendo sus gemidos de dolor. Al llegar a la copa pudo sentir un amontonamiento de acolchadas formas. Este lugar era tan extraño. La oscuridad era casi total y aunque la luna brillaba roja en el cielo, su luz no llegaba. Y a pesar de que todo era negro se distinguían las sombras, y la sangre era mas roja que a la luz del sol. Se quedó sobre aquella suave superficie, descansando. Estiró los brazos para entregarse y distinguió labios fríos en el dorso de su mano. Cadáveres, descansaban, rendidos, como ella intentaba, pero ya estaban helados. Ya no peleaban. Eran el fruto del árbol, la consecuencia de sus espinas. Ya no había la luz dorada que desaliente a las bestias allí debajo. Y pronto llegarían sorteando la pegajosa sabia y los afilados brotes. Por eso se resistió a morir. Se arrastró por las ramas gruesas hasta el próximo árbol atestado de cadáveres. Decidió esta vez revisar algunos bolsillos. Halló un encendedor, pero pobremente algo de su luz escapaba a la pesada tiniebla, que se tragaba casi todo salvo el color de la sangre. Cerca del horizonte se veía otra luz dorada, otro sello quizás. Y allí las bestias no se acercarían. Así que gateó por las ramas de nuevo con la esperanza de llegar a la seguridad del resplandor dorado. Pero al llegar al final de la rama cayó. Un barranco de piedras escarpadas la estuvo esperando. Quedó a su suerte sobre la terraza de roca afilada. En el fondo del cañón una enorme sombra llena de bocas reptaba sobre su propio cuerpo tubular, hambrienta. Aquí, donde la sombra debía ser aun mas profunda, se puede ver. Por fin se ve su cuerpo, ensangrentado y magullado. Y se percata de que la mano le arde. Le arde desde que pudo arrancarla de la sabia pegajosa. “Debí arrancarme un pedazo de piel”. Pero al mirarla descubrió la quemadura que le había provocado el sello al tocarlo. Rojo por la hemorragia el sello se había copiado a la perfección en su palma. Si este sello la había traído, ¿podía sacarla? Estampó su mano en la roca y las letras comenzaron a brillar en dorado. Pero no había donde ir. No podía atravesarlo. Estuvo días hambrientos tratando de descifrar que era lo que faltaba. Hasta que por fin pudo incorporarse y sellando cada tres o cuatro pasos se puso a explorar aquel risco. Algunos arboles salían de la roca y daban sabia pegajosa y negra. No era un manjar pero lo que fue por, mas o menos, la siguiente semana la ayudó a seguir lucida y no morir de sed y hambre. Tenia que mantener el sello en carne viva para usar la sangre e imprimirlo donde quiera que fuera por que los engendros se le acercaban ni bien volvía a la oscuridad. Y en uno de esos momentos en los que apoyaba la palma sobre la roca cayó en una cueva que no había visto en sus periplos anteriores. Se veía aun mejor en la cueva que en aquel profundo cañón. No tenia sentido. La luz era oscuridad y la oscuridad luz. Esa idea la llevó mas profundo en la cueva. Cada paso se hacia mas fácil hasta que las paredes ya casi no se podían ver por lo cegador del brillo."Si no ves el final del túnel es que debes avanzar mas rápido". “La salida”, pensó. Pero el resplandor casi celestial escondía una solida pared al fondo. No había salida. Se derrumbó en llanto mientras el sello goteaba sangre en su mano izquierda y entonces lo supo. Tenia que sellar la pared iluminada. Había entrado por el sello en la oscuridad. Debía salir por la luz. Apoyó la palma con calma en el fondo de la caverna. Y de repente cayó en su cama.
No pudo mas que llorar de alegría e histeria desesperada mientras su esposo trataba de calmar los pedazos de su persona, desnutrida, deshidratada, llena de fracturas y cortes.


- Afsâna! ¿Donde estuviste? ¿Que te pasó? Tranquila, tranquila...
Ella no se atrevió a contarle. Mientras el la arropaba solo lo miraba suplicante.
- Quédate aquí llamare una ambulancia estas muy mal, mi amor. También tengo que avisarle a tu padre que te encontré.
- Primero a Papá.
- Muy bien como quieras. Solo quédate aquí, déjamelo a mi...
Lo observó acercarse al teléfono y marcar. Luego “habló” con su padre consolándolo. El teléfono era inalámbrico, pero el receptor estaba cableado por detrás de un muebles negro. El cable no estaba. Su esposo fingía. No llamaría a nadie y no habría ambulancia. Cuando dejó el tubo sobre el receptor entonces lo vio. Tenía el sello en la mano. Se dio vuelta con el gesto aterrado hacia el oscuro espacio entre la cama y la pared y recordó que su mano aun sangraba. El se excusó con un simple : “Voy a traerte agua”. Y regresó de la cocina con un cuchillo.



- ¿Sabes? Solo debías que pedirme el divorcio y dejarme libre. Pero quisiste ser la buena y perdonarme vez tras ves. Ahora tengo que quedar viudo.
La atacó con un impulso feroz. Pero ella ya esperaba el ataque. Como había esperado despierta por casi un mes el ataque de los engendros de la oscuridad. Por eso el pasó de largo. Pasó a través del suelo oscuro que ella había sellado. Y nunca logrará volver.


lunes, 13 de octubre de 2014

BELLEZA (EPISODIO V) EL VIENTO EN MIS ALAS.





-Je je... ahora mi querida Sofía es una madre mantícora. Las mantícoras son un ADN tan antiguo como el mismo planeta. Y se alimentan asimilando genes de otras especies. En la antigüedad fueron responsables de todo tipo de criaturas mitológicas como las hadas las quimeras, los dragones. Todo gracias a este infeccioso ADN. Y volverá a ser así.
- Estás tan enfermo...


Mientras el loco descargaba su verborragia la pobre Sofía, ya con su cabeza colgando de sus propias informes patas, había comenzado a regurgitar unas esferas asqueantes, idénticas a aquellas supuestas “prótesis mamarias” que le implantaron a Mar. Las cosas por fin tenían sentido. Un sentido enfermo y retorcido. Esos huevos comenzaron a eclosionar. ¿Cómo llamó él a esos bicharracos blancuzcos? Fatuas. Eso eran. Empezaban a regarse. Pero una certeza le besó la frente a la pequeña mujercita. La niña, que era en realidad la esposa del loco, no parecía controlar su propio cuerpo. Era él el que la controlaba. Así que en definitiva era él quien controlaba a las fatuas. Se abalanzó contra Rory por segunda vez. Y en esta oportunidad lo tomó de lleno con el aplastante impacto. Uno aun mayor que aquel con el que había acabado con los gigantescos monstruos allá atrás. Una nube de pavimento pulverizado se alzó imitando la erupción de un volcán.
Debajo de la mujercita, con un rostro de sorpresa y el cuerpo encajado en el terreno, Rory, contemplaba la cara de odio de Amelia. Se acercó con mucha seguridad a la pobre criatura, a Sofía. Porque ya no es la Amelia de hace un rato. Ahora no necesita correr. Escucha llorar a la pobre niña. “Amelia, duele aquí. Ayuda por favor”. El explosivo impacto con el que sorprendió a Rory había clavado sus puntiagudas patas en un auto. Y ahora era incapaz de soltarse del metal que perforó tan profundamente. Estaba inmovilizada. Pero no pedía que la liberaran. Pedía otra cosa. Amelia la tomó del doloroso rostro, la acarició con ternura y le secó las lágrimas. Luego Sofía hizo aquel gesto de "estoy lista". El golpe de muerte fue tan explosivo que esta vez Gabriel tuvo que guarecerse de los detritos. Unos ojos rojos observaban la escena. Lloraban en silencio.
Del trueno de aquel puñetazo surgió un rugido diferente. Un enfurecido Rory salía del cráter en el que yaciera. Si antes su piel se veía gris, ahora, transformado completamente en una bestia con cuchillos de hueso en lugar de dientes y una mirada de reptil, su piel era color noche.


-¿Sabes cuánta investigación llevó fabricar a esa ponedora de huevos?
-¿Fabricar? Tu esposa pedía ayuda -se secó las lágrimas- y yo se la di. Pero no va a ser la única persona en recibir esa clase de “ayuda”.


La bestia atronó con otro rugido mientras se le lanzaba con una colosal patada que partió la calle en dos. Amelia logró esquivar. Y contraatacó con las bombas que producían sus puños. Cualquiera de los dos que recibiera un ataque de lleno del contrario seguramente moriría. Pero un destello de puro instinto se le cruzó a la chica. Se tomó del suelo y lo inyectó de su propia naturaleza. Dos enormes orquídeas se levantaron del suelo y atraparon en sus enredaderas al loco. Saboreaba la victoria Amelia. Se acercaba inexorablemente a su cautivo. Y las espinas comenzaban a segregar ácido. Pero antes de darle el golpe de muerte una espada incandescente le quitó la cabeza al engendro. Los ojos rojos. Esos ojos rojos no eran, sin embargo, fríos. Mostraron calidez al decir:


-No hay que derramar su sangre o volverá.
-¿Volver? Está muerto.
-Solo le corté la cabeza


Ella se sorprendió de entender la extraña implicación del sujeto... Cauterizaba la herida para evitar regeneración. Pero el monstruo seguía vivo. Amelia cayó en la cuenta de preguntarle al misterioso acerca de su identidad pero al voltear a verlo lo halló llorando junto a lo poco que quedaba del cuerpo de la esposa de Rory. Se llevó un pequeño fragmento y, entre la bruma que levantaron las flores venenosas, se desvaneció.
Se acercó muy despacio y tímido Gabriel. Un tenue "Amelia" recorrió el aire, precediendo al dilatado abrazo de los todavía novios luego de 9 años de casados. “¿Qué esta pasando Gaby?¿Qué me hicieron?”. El solo la consuela.


-Tengo que separar la cabeza lo mas posible del cuerpo.
-Yo tengo una idea.


Los ojos rojos entraron en aquel salón de hiedras. Una variedad de miradas sobrenaturales, rarezas, lo recibieron en gesto inquisidor.


-El Metamorfo ha desaparecido. Pude salvar a mi hija. Pero tardará en volver a crecer.
-¿Que hay de la spekter, la... “modelo”?
-Debe estar recuperando fuerza. La intoxicación puede durar algunas semanas. Pero más interesante es aun que la rebelión del Metamorfo parece habernos dejado algo de mayor valor aun. Una sfater... la primera en casi mil años.
La bóveda familiar tenia cajas individuales. La cabeza de Rory seguía moviendo los ojos, esperando una pequeña oportunidad. La mas insignificante. No se presentaría. La envolvieron en plástico y echaron llave a la caja, que no tenia el mas mínimo contacto con nada vivo. La misma suerte corrió el cuerpo.
Los días posteriores Amelia sintió su fuerza menguada. Algunas arrugas impensables para lo que antes era porcelana blanca. Canas. Incontables aparecieron ese mismo lunes. Luego las arrugas ganaron todo el terreno y sus articulaciones se tornaron mañosas. Vejez. El se desvivía cuidándola y ella le notaba la desesperanza en la mirada. Ya no sería lo mismo. El deseo se iría y ella moriría tanto como amante y como simple ser. Una madrugada ella, como buena anciana, despierta ya desde temprano, sentía sed pero su piel estaba tan seca que no pudo llegar a la cocina, se quedo sentada en el sillón de Gabriel mientras su piel se secaba hasta la misma friabilidad. El se despertó extrañándola. Se acercó a la sala para ver un cuero seco que fuera la piel de su esposa. La boca estaba desgarrada en el liviano tegumento que recortaba la senil figura. Las lágrimas le nublaron la vista pero antes de que se despeñaran por sus pómulos unas piernitas conocidas que colgaban frente al ventanal le hicieron posponer el llanto. Salió al balcón, muy inseguro, para encontrarse con aquel pequeño cuerpo. Solo cuando ella le sonrío el se percató de las trasparentes alas que le iban en saga a esta, que se parecía a la antigua Amelia, pero con incluso mas luz en el rostro.



-Voy a volver, Gaby. -ese era el momento que las lágrimas esperaban- solo que ahora tengo algo que resolver. Pero voy a volver por que siempre fuiste el viento en mis alas. Sin vos no sé volar...



Los ojos rojos estaban interesados en la escena. Sonríe con una esperanza profunda.



-Infórmale a Camelot, hija. La sfater está lista.




Esto no ha terminado.


martes, 23 de septiembre de 2014

BELLEZA (EPISODIO IV) EL NORTE DE LA MISTICA



Era de nuevo la misma pesadilla. A las mujeres mutantes se les sumaban aquellos que habían sido infectados por las pequeñas blancuzcas. Escapar usando la puerta principal se haría imposible. Cuando la primera modelo, aquella que se había comido a la presidenta de la Asociación de Moda de Argentina, estalló en mil arañas, los 5 se encerraron en la zona de camarines que ya estaba vacía, por que las modelos estaban en la pasarela, casualmente las 8 infectadas. Solo un sordo no escucharía la respiración de Amelia y Gabriel. Pero la criaturas no parecían tener interés en cruzar la endeble puerta. Se habían enfrascado en su bacanal adelante, donde la carne era abundante y los huéspedes se podían elegir. Pero estas mujeres se comportaban diferente a Marcela. No buscaban a Amelia, no hablaban locuras. Mas bien parecían presas de sus propios cuerpos bestiales. Sus caras desencajadas y doloridas solo colgaban de las babosas patas que habían crecido de forma casi aleatoria por todos sus cuerpos. Amelia era la que observaba por la cerradura, trémula como ella misma, algunas porciones de lo que acontecía con los pobres invitados, algunos de ellos, sus colaboradores desde hacia años. Trataban de huir pero no había un solo lugar libre de la enloquecida naturaleza de las mutantes. Y ella no podía abrir la puerta, no. No se atrevía.

- Creo que deberíamos correr. Aunque sea intentar escapar...
- ¿Estas loco, Rory? Si salimos nos infectan.
- ¿Ah si? Y ¿que vamos a hacer? ¿A quedarnos aquí para que entren e igual nos muramos? Por lo menos si corremos tenemos alguna oportunidad de salir. Hay mucha gente tal vez ni tengan tiempo de atraparnos a nosotros. Van a estar ocupados con los demás
- No tenés idea de la capacidad de replicación que tienen esos bichos. No va a haber 8 allí. Va a haber miles y todos nos van a querer a nosotros en cuanto nos vean.
- La pared de atrás es nueva – Amelia ya no miraba por la cerradura. Estaba con la mirada perdida en un pensamiento.- está hecha de durlock solamente, vamos y la tiramos abajo.

A todos les embargó el alivio. Aunque Rory parecía un poco decepcionado. Atravesaron ese mundo de ropa y en aquel preciso momento las deformes aberraciones parecen haberse acordado de ellos instantáneamente. Derribaron la puerta en tropel de patas puntiagudas, las ocho con un pequeño ejercito de infectados detrás y un mar de arañas blancas. Y aquel océano de ropa no las detendría para nada. Rory se apresuró a derribar la lámina de durlock de una patada. No tenían mucho... No. No tenían nada de tiempo y aun así salieron a un callejón ciego. Por que los que los perseguían no eran los únicos monstruos. La calle de atrás estaba completamente tomada por la infección. Se erguían golems que hubieran sido arboles alguna vez, rodeando el Palais De Glase. No había escapatoria, salvo quizás por un pequeño corredor libre de blancuzcas que parecía haber sido dejado a propósito.

-¡Vamos a ese auto!

Rory señalaba al final del camino. Un pequeño autito seria la salvación esta vez. Los de atrás se acercaban mas y mas pero los monstruos de la calle no parecían tener interés en ellos. Se quitaban del camino en vez de atacar mientras los cinco huían aterrorizados. Estaban forzando el auto cuando un gorjeo los hizo voltear. La silla era difícil de llevar y Parroquei no estaba en perfecto estado físico. Una pata puntiaguda la había alcanzado en el pulmón y la alzaba. Amelia la tomó fuerte de la mano y trataba de no soltarla con las esperanza de recuperarla pero ese monstruo la arrojó al mar de blancas arañas. Mientras la pobre institutriz era masacrada ya Rory había subido al auto y cerrado la puerta. Dejó afuera incluso a su endeble hija, aun así Gabriel yacía desmayado en el asiento trasero. no se sabria en que momento sucedió. Arrancó el auto y no se detuvo hasta la zona segura. Con total frialdad se paró a una distancia a la que podía ver a la pequeña mujer luchar por defender a la niña discapacitada, por sobrevivir.
En aras de disfrutar mejor del espectáculo se subió a la terraza de un pequeño edificio y ahí pudo ver como los engendros intentaban devorar a Amelia. Mientras lo cargaba todavía en su hombro, Gabriel se despertó.

-Mira, Gabriel. Las arañas blancas ni se le acercan. ¿No te parece que debe ser por que ya esta infectada?
En grito de “¡Infeliz!” el esposo bajó la escalera a toda velocidad. Se tropezó y rodó varios escalones pero a esta altura no sentiría nada mas que desesperación por su esposa. Para cuando llegó abajo los monstruos la habían rodeado. Ya estaban encima de ella y no la veía. No la vería mas, pensó él.
El estruendo de un relámpago que sacude el suelo seguido de un temblor. Pedazos de pavimento volaron por el impacto. Lo monstruos grandes desaparecieron. De entre el polvo la figurita delicada de Amelia se adivinaba, trayendo en sus brazos a la pequeña. Sus ropas estaban hechas jirones. Y ahora el objeto de terror del esposo cambió de dueño. Ahora teme a la miniatura angelical que tiene frente a sus ojos. Esa que era demasiado delicada para los deportes de contacto. Por que ahora había borrado de un solo golpe a esas inmensas bestias. ¿Estaba de verdad infectada? No. esto era diferente.

-Nos dejó solas. ¿Donde está?
-¿Sabias que en las primeras pruebas, las fatuas no resistían mas de 15 infecciones? El ADN extraño las alimenta. Pero también termina envenenándolas si se alimentan muy consecutivamente...
-Hiciste todo esto... Mataste a mis amigas. ¿Y todo era un experimento?
-No. No es un experimento. Yo estoy en el negocio de la belleza. Solo trato de renovarla. La belleza no es solo una piel tersa. Es fuerza y diversidad. Y eso es lo que me interesa. La diversidad. Las fatuas se pueden unir a cualquier especie. Con el tiempo poblaremos el planeta de una gama completamente nueva de belleza.

La mujercita no esperó a que terminara de explicar. Se abalanzó con un puñetazo tan violento como el que borró a las bestias allá atrás. Pero se detuvo al ver la transformación de la niña. Sus extremidades se alargaban, se ponía violácea. Aquellos dedos ahora eran agujas amenazantes.

-Ella queria ser mas joven. Yo la hice lo mas joven que se podía...

COTINUARÁ...

LEER EPISODIO V AQUI







lunes, 15 de septiembre de 2014

BELLEZA (EPISODIO III) DILUVIO DE REINAS.











Desde el hotel era duro de ver, por televisión, su barrio convertido en zona de guerra. Luego del episodio con la criatura que transfiguró desde Mar, todo el lugar se llenó de esos pequeños artrópodos blancuzcos, vomitivos, espeluznantes. Pero aun ante el terror mas puro, Amelia, siguió corriendo para conservar su vida, para tener otro día junto a Gabriel. Mas que eso aun probó su temple pisoteando cuanto bicho estuviera en su camino, sea blanco o no. Y gracias a que tironeó de su esposo como una loca, pudieron escapar mientras el lechoso ejército de criaturitas se encimaba para atraparlos, seguido de algún que otro vecino contaminado con la voluntad orgánica de la modelo monstruosa y que había desarrollado caras de Mar en partes de su cuerpo inapropiadas para una cara. Era extraordinario para Amelia no haberse desmayado mientras esas grotescos rostros la saludaban como aquella amiga lo solía hacer desde la secundaria. Entonces, finalmente, cuando ya habían llegado al auto, la pobres personas inundadas por los animalejos estallaron como lo hiciera aquella araña transgénica del cuerpo de Marcela. No hubo lugar adonde no llegaran a corromper a los seres vivos del barrio. El auto había echado a andar a toda velocidad. Era la pequeña Amelia la que hacia el trabajo. Ya no se encontraba al amparo de su esposo. Ahora ella llevaba las riendas. Estaban saliendo del río de criaturas extrañas pero el suelo retembló. Se resquebrajaba la entera calle y no había forma de que el auto llegara hasta el final de la intersección antes de que la sima los tragara. Amelia pegó un volantazo desesperado provocando contorsiones en las llantas de aleación. Se incrustaron en el patio de alguien, no importaba quien, pero tenían que salir del pasto que abría sus pequeñas bocas para masticarlos de a poco.
Allá, en medio del polvo que había provocado la grieta de la calle principal del vecindario, se erguía como una montaña de lodo grumoso. Globos de horribles huevos arácnidos colgaban de toda su retorcida forma y la cara de Marcela lo coronaba en tesitura arqueada, antinatural. Los buscaba. Removía el terreno para encontrarlos debajo de los escombros. Pero no estaban allí. La casa del vecino les daba refugio por un momento. Los dos estaban callados detrás de una isla de cocina en la que no había nada de naturaleza que pudiera mutar. La luz se hallaba apagada y los ojos inundados eran lo único que brillaba desde la sombra. Una voz conocida: “Decime que estoy mas bella que vos, Amelia”. No querían mirar a sus espaldas pero el temblor de sus corazones los llevó sin remedio a aquella figura. La señora Ressman estaba encendiendo la luz, llena de esas caras parasíticas en su cuerpo, algunas incluso habían desarrollado cuellos. Y todas los miraban con odio asesino. Se abalanzó sobre ellos en un rugido de rabia. Amelia se defendió con un cuchillo que logró atrapar al vuelo entre el desparramo que provocaban los temblores de esa cosa gigantesca que los acechaba afuera. Se estaba acercando. Y mientras, Gabriel, histérico, se había entusiasmado dándole una paliza al mutado señor Ressman que no paraba de insinuársele desde las caras de Mar que le crecían sin control. Se apresuraron dando tumbos hasta el jardín de atrás. Allí, la piscina hervía de vida por que las pequeñas blancuzcas se habían mezclado con el moho del agua sucia. Los Ressman rara vez se ocupaban de la piscina. Tentáculos que tenían los ojos de Marcela. Uno tras otro un desfile de anomalías amorfas sin sentido. Los esquivaron y saltaron la cerca con los pies sangrando por el pasto homicida que los había atacado de forma pirañezca. Pero con la misma fuerza indetenible de la vida, la infección en si, empezó a correr tras de ellos con tentáculos espinosos y una verde mucosidad que se enraizaba tras sus pies. Sin embargo por alguna razón las mujeres siempre miran atrás. Y cuando Amelia cedió a su instinto se encontró con un alivio que la hizo detenerse. El verdor del hongo mutante comenzaba a palidecer. Mas atrás la arañas que llevaban los genes de Mar al estilo de gametos universales empezaban a surgir muertas desde los organismos que pretendían infectar. Un par de gorriones aquí, unas cucarachas, los pastos y algunos gatos. Todo se detuvo...
Se habían quedado sin hogar a los efectos prácticos puesto que el gobierno no dejaría que nadie entrara de nuevo en la zona. Semideprimida Amelia hacia zapping mientras su esposo se daba una rabiosa ducha. No fuera a ser que halla traído consigo algún vestigio de esa virulenta mujer. Por que, seguramente, una jabonada la detendría.
Tuvieron que comprar una nueva casa. Un departamento esta vez. Porque la naturaleza era algo que no podían permitirse. Se alejaban de los canteros y las mascotas. Amelia no quería siquiera madera en los muebles por que la aterraba que se convirtieran en arboles bajo la influencia de su amiga, quien, por cierto, no estaba segura de si estaba muerta, viva, o quizás dentro de una pequeña semilla en el suelo esperando alguna lluvia para volver por ella. ¿Qué le había pasado? ¿Qué era? ¿Una mutante?¿Un alienígena que la había suplantado? ¿Que había averiguado cuidadosamente cada detalle de su vida juntas? Cuando las preguntas ya no tenían fin ni sentido, sonó el teléfono del todavía semidesnudo departamento. Gabriel ya no pasaba horas mirando el celular pero aun pensaba todo el tiempo en su amigo. ¿Acaso la reacción de su ayudante habrá querido decir algo? Abrió a esa mujer mutante... ¿Cómo es que no vió nada? Atendió el teléfono y la voz que lo recibió pareció continuación de sus cavilaciones.

- Gabriel tenemos que hablar. Me enteré de lo que pasó con Mar
- ¡Rory! ¿Por que desapareciste?
- ¿Tienes papel?

Se había acercado de manera repentina la fecha del desfile y Gabriel le había prometido a su esposa que estaría en primera fila. Y era el mismo día que su amigo, aquel que el había abandonado después de la universidad, le había suplicado reunirse. Y, como buen culpable, no tenia fuerza de negarse, aun teniendo que enfrentar la desconfianza de su mujer que le preguntó: “¿Estás seguro de que no vas a faltar en el momento que empiece?Te necesito ahí”. A duras penas logró tranquilizarla prometiéndole lo que no sabia si iba a poder cumplir.
Le quitó el sueño por algunas noches hasta que, el día del desfile, se sintió en una vorágine tratando de entender como llegar al lugar donde estaba refugiado su amigo. El lugar era tan alejado que de no haber tenido auto probablemente no hubiera llegado jamas.
Esperaba un aire de misterio al llegar. Que su amigo le hablara desde las sombras y le contara lo que le había acontecido en el cuerpo a la pobre Marcela. Pero en vez de eso su amigo casi corrió al auto al verlo llegar. Por detrás la institutriz con la silla de ruedas de la niña se trataba de mantener al paso del hombre, a quien parecía no preocuparle ninguna de las dos. Se zambulleron en el auto y de alguna forma lograron que la silla de ruedas encajara perfectamente en la parte trasera de la camioneta. “¡Maneja!”. Gabriel no sabía bien adonde ir lo miró dudoso hasta que aquel le volvió a gritar: “¡Al desfile, Gaby!”. Asistiría después de todo. Le adelantó todo lo que pudo y le pidió que le ayudara a explicarle a Amelia. No era un tema fácil de entender. Así es que cuando llegaron en tropel con la institutriz y la niña como siempre por detrás, se amontonaron en la entrada de los camarines. La llamaron a voz en cuello.

- Gaby, ¿que haces acá? Tenés que estar en primera fila.
- Mi amor. Hay modelos que tienen el mismo “problemita” de Mar.

Amelia comenzó a temblar repentinamente apenas entendió de que se trataba.

- Es mas – prosiguió Rory esta vez – es posible que tu tengas algo parecido.

La histeria se apoderó de ella. “¿Como? Por qué?”. Empezaba a desmayarse de a poco con frenético desconcierto. Miraba para todos lados mientras su mirada se tornaba perdida. Gabriel la sacudió y pareció funcionar.

- Amor. Las prótesis que Rory usaba. Al parecer eran de origen biológico. El fabricante le dió prótesis adulteradas.
- Amelia, hace poco descubrí que no solo hacen prótesis de células cultivadas. También hacen armas biológicas. No se cuales sean sus motivos y la verdad nunca había pasado nada parecido. Pero, Amelia; 8 de las modelos que contrataste para este desfile tienen las prótesis que yo usaba.
Todavía hablaba el cirujano cuando los alaridos desde la platea sacudieron a todos. Una modelo se estaba tragando a la invitada de honor. Su cara... parecía no saber que estaba haciendo. Pequeñas arañas blancas. “No otra vez, por favor...”


CONTINUARÁ...

LEER EPISODIO IV AQUI






martes, 2 de septiembre de 2014

BELLEZA (EPISODIO II) EL DESPRECIO DEL VIENTO







El día de la operación era una de esas jornadas que suplicaban no salir de casa. Húmeda y ventosa, desapacible. Ese día de porquería Amelia y Gabriel tenían que pasar a buscar a Marcela. “Nunca aprendió a manejar”, se quejaba el esposo buscando complicidad de Amelia. Pero ella estaba mas asustada que de costumbre. Era de asustarse por una rata, una cucaracha, una persona que la mirara raro, o hasta un mosquito rayado. Si el auto se sacudía demasiado se aterraba, y los vidrios rotos eran peligros de los que se mantenía a decámetros de distancia. Pero esto era mas que eso. Porque ella, a pesar de que temía de su propia sombra, había tenido las agallas de programarse una cirugía de nariz. Él siempre le decía que sobreponerse al miedo era valor. Y ella lo abrasaba por que eso la hacia sentir mejor... pero hoy... ¿Acaso estaría pensando en el desmayo que tuvo en aquella entrevista con el doctor? Solo se despertó cuando su esposo la fue a buscar. Y comenzó a desvariar diciendo que “la nena hablaba, la nena se movía”. A duras penas le hicieron entender que había delirado.

Mar, por el contrario, se mostró exultante cuando la recogieron. Aun así, Gabriel no se atrevió al planteo de la licencia de conducir en su cara, por que una mujer que media casi 1,90 y tenia un estado físico digno de una campeona olímpica, imponía respeto. Aunque se tratara de alguien que trabajaba probándose los vestidos que diseñaba su mujer.

Puede que no hubiese quirófano mas frío que aquel en que la dos amigas se recostaron. Gabriel como médico tenia autorización de estar en el observatorio viendo la operación. Le extrañó no haber visto nunca antes aquellas prótesis que Rory iba a colocarle a Marcela. Pero se admitió no estar al día porque él se había dedicado a la neurología. Se reconocía ignorante en cuanto al arte de su amigo. Lo que si podía notar, como cirujano, era la inhumana precisión y velocidad con que operaba. Casi parecía un robot que fabricaba autos. ¿Acaso tenia ese hombre nervios? Ni la pequeña oscilación que le causaría el latido del corazón y la presión en las arterias se apreciaba. Terminó en tiempo récord. Y las incisiones casi no se percibían. Una genialidad. Ante el: “Ni me imaginaba que hubiera alguien tan bueno como vos.” el plástico solo hizo una mueca de sonrisa falsa. Desapareció y dejó a su asistente a cargo de atender a los tres e informarles.



- Se va a dar cuenta que la recuperación va a ser bastante rápida. Tal vez en un mes a lo sumo ya se esté sacando las vendas de la nariz.

- ¿Y Mar?

- Lo mismo. Casi no hubo estiramiento.

- Si. Me di cuenta de que Rory tiene su estilo.



La doctora no supo que responder. Solo se rascó la cabeza intentando fraguar indiferencia. Dicho y hecho. Llegado el mes las dos estaban disfrutando sus nuevas apariencias. Se acercaba el tiempo del desfile y los amigos organizaron un picnik para charlar de negocios. Así de informales eran para los negocios. Eran finales del invierno y ya se olía la primavera avivando los pastos de Palermo aun con los resabios del viento invernal. Tan recelosos de irse como Rory de atender las llamadas de Gabriel, que no lo había vuelto a ver desde la cirugía. Si tenia cualquier duda sobre el tratamiento su segunda al mando se ocupaba siempre excusando a la eminencia. Pero casi no había habido pretexto porque la recuperación fue rayana en milagrosa. Por eso durante la animada charla de las amigas sobre el desfile el hombre no apartaba la mirada de su celular. “¿Lo llamo?”. En ese mundo se hallaba cuando se percató de la ausencia de charla. Su esposa ya no estaba y solo quedaba Marcela mirándolo con ojos felinos. Lo saboreaba con las pupilas mientras se mostraba deseosa de cambiar el vino por los labios de el quizás. No tardó mucho el pobre en querer correr con todas sus fuerzas pero en cambio preguntó:


- ¿Dónde está Amelia?

-¿Recién te acordás de la pobrecita? No la miraste en todo el día.

- Estoy preocupado por Rory... no me contesta las llamadas.

- Otro pobrecito, no te acordaste de el en 10 años desde que terminaste la universidad.

- ¿Como sabés vos eso?

- Tuve una muy placentera charla con él la otra noche. Pero ¿sabés qué? Yo quisiera conversar largo y tendido con vos – se lo decía mientras se le abalanzaba cuan larga era para tomarlo de la cara y abrir grande su boca en aras de engullirle hasta los maxilares. Él hubiera sacado la cara antes de tomar contacto pero ella era demasiado fuerte.



A un par de pasos se hallaba la esposa. Con un par de hilos llorosos que le abrillantaban las mejillas. El se apresuró a calmarla. Cuando quiso empezar a explicar ella le puso la mano el la boca. Y con un doloroso “no” le dio una fugaz mueca de “vi todo”. Luego, dirigiéndose a la gigante con una resolución que él no le había visto jamas, le advirtió:



- No quiero volverte a ver. Una vez que el desfile para el que nos contrataron termine no quiero saber que existís.

- Por mi está bien. Siempre vas a ser la insignificante. Y cuando menos te lo imagines puede que tu querido Gabriel se dé cuenta y venga a buscar una verdadera mujer.



Cuando la modelo se alejó de la pareja, perdiéndose entre los arboles, contoneando lo mas posible para provocar al hombre, Amelia se derrumbó en llanto de una vez. “¿Como puede ser? No puede ser mi amiga. No conozco a esa mujer”. Recogieron los restos del frustrado esparcimiento. Y partieron para casa.

Una vez arribaron a su casa las luces estaban prendidas. Se adentraron en un ambiente extraño a su hogar. El suelo estaba cubierto de velas y pétalos de rosas. En la cama matrimonial yacía, a la espera en su traje de Eva, Marcela. Sus piernas ocupaban la king size entera. Desvergonzada en un gesto obsceno.



- Cambié de opinión. ¿Por que no puedo hacerlo elegir ahora?

- ¡Salí de mi casa, asquerosa!



Pocas veces la pequeña mujer se enojaba. Y esto era el acabose. Pero inesperadamente Marcela comenzaba a gemir. No parecía normal. Era como si se estuviera rompiendo por dentro. Sus pechos se pusieron oscuros y comenzaban a ramificarse. Se expandían como patas de araña creciendo a toda velocidad. Mientras tanto su esbelto cuerpo se hinchaba como una pelota de liquido verde. Esa cosa llena de apéndices ya tenia ojos en lugar de los glúteos de la chica. Unos ojos acuosos que, al verlos Amelia, no pudo evitar dar un alarido explosivo que venia conteniendo desde el principio de la transformación.

La pareja salió de la habitación, gritando, seguidos de la informe criatura. A duras penas pudieron llegar a la puerta de la cocina, antes de que el globo de viscosidad estallara inundando el pasillo de pequeñas arañas blancas que llenaron el interior del pobre gato que se transfiguraba. La cara de Marcela le salía del estomago.



- ¿No estoy mas bella que nunca, Amelia?





CONTINUARÁ...

LEER EPISODIO III AQUI

jueves, 21 de agosto de 2014

BELLEZA (EPISODIO I) La Suerte De La Sirena






 No encontraba una revista que no le repugnara en demasía como para pasar el rato. Solo chimentos y según lo que él pensaba ciencia barata de tabloide. ¿A quien le importaba si la gente que posee pileta tiene un 2% menos de estrés? ¿O que los alimentos con azúcar son mas sanos que los que tienen edulcorantes? ¿No debería el sentido común cubrir esas bases? Amelia tampoco leía pero por razones diferentes. Sentada a su lado con las manos constriñéndose entre ellas, miraba el suelo como si fuere a pegarle mordidas violentas y repetidas. El ya sabía que no tenia ni que tocar a la mujer cuando se hallaba de esa manera. De nada hubiera servido preguntarle si estaba bien o tratar de calmarla. Tampoco le habría permitido que tratara de disuadirla de no operarse. Iba a extrañar esa giba en su nariz que tanta personalidad le daba a la que de otra forma quizás hubiera sido una mujer demasiado perfecta, con esa piel que parecía leche apenas pintada con unas gotas de un vino rojo y lujurioso en sus mejillas. El pelo negro azabache de una yegua árabe, que no importaba si peinaba o no, por que siempre lucia para una fiesta. Entraron al consultorio juntos pero ella parecía empequeñecerse ante la puerta mientras cruzaba el umbral. El doctor Rory Arpello no parecía el mismo que había conocido Gabriel en la universidad. Su piel era casi gris y lejos habían quedado los tiempos en que se resquebrajaba escuálido en su caminata. Ahora estaba enorme. Tanto que su camisa XL aun le quedaba ajustada. Y para entonar con semejante derroche muscular se había operado la barbilla para parecer, según el, mas varonil. Pero Gabriel pensaba en realidad que eso parecía un segundo trasero, en la cara. Peor, al mirarlo a los ojos, el mayor cambio de todos se le hizo evidente: ya no era una persona feliz. El matrimonio se había enterado de la tragedia de la esposa del doctor. Una extraña enfermedad se la había llevado ante los ojos de su impotente marido. Y el pobre cirujano plástico había recurrido a adoptar una niña que le recordaba a su amor, para nunca olvidarla. Una niña que además era cuadripléjica y muda. Y todo esto se le veía en la cara. Una vez que traspusieron la puerta Gabriel lo abrazó.



Me enteré... lo siento mucho.


Si... Bien! Cuéntenme. ¿Ya se decidieron?



La joven abrió la boca grande para hablar como si se tratara de un atrevimiento mientras alternaba su mirada a ambos.



Si, me la voy a sacar... ¿Cuándo se puede hacer? Porque tengo un desfile en primavera y...


Se puede hacer en unas tres semanas. Pero hay otra opción. Se puede compartir quirófano. Como la tuya es una cirugía relativamente simple podemos juntarte con una chica que tiene que hacerse unas prótesis y los costos bajarían considerablemente. Creo que es una de tus chicas justamente... Marcela?


¿Mar? ¿Que se va a hacer Mar?


Se va a poner implantes mamarios pequeños.



La mujer miró a su compañero y por lo bajo le acotó: “ Es tablita”.



¿Que les parece si las junto a las dos para arreglar los últimos detalles? ¿El martes les parece bien?



El martes estaba lloviendo. Se veía el cielo como regado de malos sentimientos que se le caían de las manos. Ambas chicas estaban desconfiadas en reflejo del mismo clima. Se apropicuaban e intercambiaban opiniones secretas, mientras, el doctor había prometido traer las prótesis que se usarían en Marcela. Las encontró cuchicheando como dos adolescentes y se detuvo en seco como si lo hubieran golpeado en las bruces. Como para disimular su lapsus trató de mover el foco:



¿Como obtuviste tu giba, Amelia?


Uhmm... – la tomó completamente desprevenida y no pudo esconder su incomodidad – si... de chica mi hermana golpeó el vaso con el que estaba tomando. Me dolió por un par de semanas. Y cuando sanó, quedó así.


Pobre hermana... que feo debe ser tener tu rencor...



Las dos jóvenes no supieron como tomar su comentario. Esperaban una risa o quizás un “estoy bromeando” que nunca llegó. Por eso Marcela tuvo que descomprimir



¿Esos son los implantes? ¡Que raros!


Son una nueva tecnología para darles un peso mas natural una caída mas creíble.¿ Ves como se mueven? No son como gelatina. Imita la carne. Y te aseguro que no flotan en el agua como las demás.



Sin duda eran diferentes. Parecían un racimo de frutas redondas y trasparentes dentro de una bolsa de gelatina. Pero sin duda para Marcela se sentían muy naturales. Hizo un gesto de gusto cuando las tocó. Y luego las posó en su pecho y las sacudió como una bailarina de salsa. Amelia respondió con una carcajada.


En cuanto a ti: así vas a quedar. Cuando termine, para evitar que se inflame el hueso, vas a tener este pequeño implante en el tabique que le va a dar fortaleza a la nariz. Se fija con este pegamento especial.



El supuesto pegamento se parecía mucho al material que flotaba en los futuros pechos de su amiga. Tenían incluso el mismo color. “Cosas de cirujano, son todas iguales” se dijo. Mientras se entusiasmaban con su futura apariencia entró la secretaria del doctor.



Doctor, ya trajeron a su hija...


¡Ay! Yo quiero conocerla.


S... si... como no. De todas formas ya terminamos – un inmenso pudor se reflejaba en su rostro.



Cuando la institutriz de la niña penetró la habitación el aire se tornó enrarecido. El doctor la miró como queriendo decirle algo. Mientras se acercaba a ella, con cara de mal dormida y le espetaba algún reclamo casi homicida en “secreto”, Amelia no pudo evitar notar el parecido de la niña con la difunta esposa del cirujano. Era casi un calco. Tanto que se quedó embelesada hasta que el doctor le pinchó la burbuja.



Bien, como les dije terminamos. Las acompaño. Yo tengo que salir. Jazmín se queda aquí con la señora Parroquei.



Y mientras, todos dejaban rezagada a Amelia que se quedó por un instante sola con la ausente niña en el consultorio. Allí afuera la institutriz se deshacía en explicaciones casi persiguiendo al médico. Mientras la joven miraba los ojos esmeralda de la desvalida niña, muda, parapléjica, intempestivamente esta casi saltó de su silla para tomarla del hombro con rostro suplicante



Duele aquí, Amelia. Duele.





Continuará...

LEER EPISODIO II AQUI 

jueves, 14 de agosto de 2014

MALDAD






Mi madre solía horrorizarse con las injusticias. “¡Si no fuera cristiana!..” se indignaba. También tenía algunas ideas bastante locas sobre el castigo. A veces me preguntaba: “¿Sabes cuál seria el peor castigo para alguien malo?”. Yo la miraba sin saber muy bien que debería responder para complacerla, yo siempre trataba de complacerla. Incluso un día estábamos hablando de cine, Pero de repente no aguanté más y le pregunté: “¿Cuál es, mami? ¿Cuál es el peor castigo para alguien malo?”.

La noche que sucedió todo yo estaba en este rincón desde el principio. Pero no me vieron. En mi lugar hicieron de rehén a la chica al lado mio. Mientras la oía gritar me invadía una sequedad en todo mi ser. Estaba ansioso por algo. Una urgencia, una necesidad... sed. La vista me quemaba y entonces no pude evitar mirarlos a los ojos. Debí prever que el primero en caer seria el jefe. Tenia a la chica encañonada en la cabeza y al ver mis ojos un torrente de lágrimas bañaron su rostro tan súbitamente que parecía estar derritiéndose. Al parecer lo mismo pasó con su vejiga. Y ni siquiera lograba sollozar con normalidad mientras soltaba el arma y quedaba arrodillado en el suelo. Lo siguieron sus compañeros. “Catatónicos” eso fue lo que le pude sacar al médico que los llevó a la guardia. Y al parecer jamas volverían a hablar... ni a moverse. Todos pensaban que fue una sobredosis pero yo sabia lo que había sucedido en realidad. “¿Cuál es el peor castigo para alguien malo, mami?”. Decidí no volver a la casa esa noche. Por alguna razón busqué un hotel lo mas mugriento que se pudiera y dormí allí. Tampoco llamé. ¿Saben? Mi padre tampoco se ocupó de mi madre y de mi. Supongo que es de familia. Cuando mi mamá le fue a decir que estaba embarazada solo le tiró una tarjeta platinum sobre la mesa y le dijo que se sirviera de lo que quisiera, pero que el no tenia tiempo para nosotros. Claro; porque era el investigador mas importante del mundo: “el Ojo”. Un mujer mas orgullosa no hubiera aceptado la tarjeta. Pero gracias a ella a mi no me faltó nada nunca. Con frecuencia me hablaba con amargura de él: “ “No tengo tiempo para esto” me dijo el muy cínico. Pero sí tuvo tiempo para acostarse conmigo... ¡Ay! ¡Que digo!... no debería hablar así delante de mi nene”. La noche después del asalto al banco salí a caminar por la ciudad tratando de recordar la mirada que le puse a los ladrones. Y la primera persona con la que lo logré fue la chica que había salvado en el robo. Si, me la crucé de casualidad, pero no me reconoció hasta que vió el color de mis ojos. Ella no cayó de rodillas, sino solo se largó a llorar desconsoladamente. Lloraba tanto que temí que se fuera a deshidratar. Tuve que dejarla a su suerte esta vez. Seguía resonando en mis oídos la pregunta de mamá. Es que no lograba recordar la respuesta que me había dado cuando le pregunté. Pero logré mantener esa mirada. La mirada que causaba en la gente... lo que sea que eso fuere. Se me cruzó un niño de la calle y no pude evitar mirarlo. Pero solo se quedó embelesado unos momentos. Me sonrió y siguió su camino. Por fin recordé la respuesta de mamá: “Quitarles su maldad, hijito. Yo creo que si le amputas la maldad a alguien malvado ya no tiene como defenderse. Quedaría completamente indefenso ante las cosas que ha hecho y pensado… ¿no te parece?”. En ese momento pude entender completamente lo que me decía... pero ¿por que lo había olvidado?¿Acaso sabias algo del color de mis ojos, mamá?

A partir de aquella noche mi mirada no cambió mas. La gente se desvanecía en un mar de lágrimas a mi paso. La mayoría solo lloran desconsoladamente algunos días. Otros no vuelven a ser los mismos. Algunos mas quedan inservibles de por vida y solo unos pocos no resisten la amputación, lloran sangre hasta morir. Es raro ver que la mayoría de los niños no reaccionan, alguno que otro derrama una lágrima. Pero mis ojos se han vuelto tan fuertes que todos tienen que mirar, de una forma o de otra.

Ayer finalmente regresé a casa. Me sorprendió muchísimo ver a mi mujer llorar sangre hasta morir luego de que le pregunté lo mismo que le pregunto a todos: “¿Sabes cual es el peor castigo para alguien malo?”. Pero mi real preocupación era el pequeño niño que me llamaba desde su cuna. Me acerqué y lo alcé para mirar esos ojos rojos como los mios. Y agradecí no ser como mi padre. Vamos a hacer de este un mundo mejor, mi vida, tu y yo. Cuando la policía llegue estoy seguro que entenderán que no fue mi culpa. Por supuesto, si alguno de ellos queda en pié.

miércoles, 30 de julio de 2014

EL TORTURADOR


Despilfarraba cigarros uno tras otro. Todos sabían que este demente se gloriaba de fumarse 5 cajas de rubios por día, pero la realidad era que apenas los probaba. Los apagaba por la mitad uno tras otro mientras se retorcía histérico sin ponerle final a su enfermizo raid. Poco iba uno a imaginarse que este saco de adrenalina y nicotina estaba en una delicada tarea de vigilancia secreta. “El blanco se acerca...” susurró como el mas dulce de los amantes. Era él. La cara delataba incluso su trabajo de poeta. Era una figura transparente y permeable que se dirigía como una paloma a la trampa. “Está desarmado”. Cuando pasó por la nube de humo que precedía a su captor no pareció bajar la guardia del todo. Miró a los ojos a Andrew como si esperara lo que vino luego. Una van negra le cortó el paso y el fumador asqueroso le puso una capucha negra impregnada de cloroformo en el rostro, mientras, los demás que estaban en la camioneta, lo inmovilizaban. Despertó la pobre y blanca paloma en un galpón abandonado como sucedería en cualquier película de Hollywood sobre estos menesteres. Todavía tenia los ojos borrosos por la droga cuando empezaron los golpes y las preguntas en acento ininteligible referidas a cosas desconocidas. No dijo nada por dos horas y Andrew se cansó de usar los puños junto con su compañero de interrogatorio y decidieron empezar con una manopla para cuidarse los nudillos por que, según Henri, “Las esposas no debieran sospechar que la pasamos mal en el trabajo”. Por supuesto ya era tarde porque tenían las manos hinchadas, a diferencia de la cara de la víctima. Estaba pavoneándose Andrew para asustar mas a su cautivo mientras lentamente deslizaba los anillos del arma blanca hasta el fondo de sus nudillos, cuando, sin siquiera proponérselo, conoció la voz de Omar.
– No es necesario, puedo decirles donde esta la bomba... – Henri le hizo una seña a su compañero para que trajera al jefe... – y no les voy a pedir nada a cambio salvo un pequeño favor...
– No estas en condiciones de negociar hijo de...

El jefe irrumpió en el lugar. Estaban en el medio del enorme galpón, casi un hangar, por lo que realmente se lo veía muy lejos y aun así Henri – tal vez por respeto, quizás por miedo – se calló ni bien asomó por la puerta. Se veía un hombre mucho mas civilizado que estos matones gubernamentales pero, como cualquier artista, Omar sabía que las apariencias engañan. Solo sería otro tipo de bestia, a lo más.
– Me dijeron que quiere confesar. – puso una grabadora a funcionar – ¿Que tiene para decirnos?
– Lo que se dice “confesar”, nada. Pero sé que están buscando la bomba por que son de la CIA, supongo. Bueno... solo necesito un pequeño favor.
– Ah ¿si? Y ¿que podrá ser?
– Solo necesito dormir un par de horas, por favor, y luego podré decirle.

El jefe llamó a sus secuaces con un gesto sutil para hablar en el oído solo a uno casi sin mover el bigote y luego desaparecer lentamente mientras la golpiza seguía su curso. A la media hora, aunque ambos estaban exhaustos, solo Henri se marchó. Andrew hizo un gesto de fastidio no bien lo sintió ausente. “Esto no sirve...” susurró. Se dispuso a tomar las pinzas para causar un poco mas de daño al poeta. Una hora y media después volvió el jefe con su mirada indiferente otra vez. Lo miró de arriba a abajo con sus ojos de muñeco.

– ¿Durmió bien “Señor Negociador”? ¿Fueron suficientes sus dos horas de sueño?
– La verdad es que esta silla es un poco incomoda. Pero para honrar nuestro acuerdo le voy a informar lo que quiero para decirle todo lo que se de la bomba nuclear que hay en su país, – el jefe empezaba a creerle lo de la bomba, se notaba en su cara como las arrugas parecían ingrávidas de tensión – bomba, que por cierto, solo tiene 4 horas para encontrar gracias a su generosa contribución de tiempo al golpearme.
– ..¿Y cuáles son sus demandas?
– Lo único que quiero es que este señor se valla. Quiero estar solo con usted para decirle todo. Solo eso y le haré salvar millones de vidas. No es difícil y queda poco tiempo.
Andrew y el jefe salieron un momento del recinto. Se murmuraron unos segundos en la callada noche que permitía oír casi cualquier vestigio de vida. Andrew asintió en un determinado momento y se marchó mientras el jefe volvía para hacerle compañía a Omar. Prendió un cigarro para despejarse, hacía unos segundos había tirado uno casi entero en aras de hablar bien de cerca con su superior. Condujo solo unos minutos hasta la casa que decidieron alquilar aquí en Argentina con su esposa. Las luces estaban prendidas. Se figuraba encontrar a su mujer dormida, pero no. Su instinto cazador le decía que no estaba ahí por error. En vez de entrar dio una vuelta por las ventanas hasta encontrar la habitación matrimonial. Las dos figuras desnudas que se acicalaban lo sorprendieron. Ni Henri ni su esposa pudieron verlo llorar en silencio en el secreto de esa impenetrable oscuridad suburbana. Siempre su compañero se iba antes que él, siempre el pobre Andrew hacia el turno nocturno a pesar de que era el único que trajo a su esposa, a pesar de que casi estaba de luna de miel. “¿Hace cuanto lo hacen?” se preguntaba mientras conducía de nuevo al galpón en el que esperaba ese supuesto terrorista. Entró como un ventarrón dispuesto a moler a golpes al mensajero de tan mala nueva, tan terrible concreción de esas sospechas que lo hacían sentirse culpable. Lo iba a matar esta vez. No. mejor usaría el hacha y se quitaría las ganas. Por que Henri nunca le permitió estrenarla. Todo eso por supuesto si el jefe había dejado algo del inocente para él.

Si la escena en su casa lo sorprendió, el ver a su jefe acurrucado llorando en un rincón del edificio fue el acabose. Su tórax se contorsionaba con fuerza por el terrible sollozo desconsolado, tanto que uno pensaría que no tenia costillas. Parecía un niño que había perdido a sus padres enjugándose las interminables lágrimas en las mangas del abrigo de gabardina. Se acercó aterrado a él como hundiéndose en las sombras.

– Jefe...
– ¡Fallé! No se va a salvar nadie… ¡Porque fallé! – lo miró con los ojos empapados y puchero de bebé descontento consigo mismo.

Desde la silla ahora a oscuras se oía una risa leve y controlada. La atmósfera enrarecida que se apoderó del día desde que se cruzaron la mirada por primera vez crecía.
– Lo sabias. Sabias de mi mujer y de Henri.
– ¿Henri? ¿Así se llama? Es curioso que me digas que yo lo sabía por que te voy a dar la oportunidad de salvar millones de vidas. Lo que no logró tu jefe. Solo tenés que hacerlo decir la verdad. ¿Él sabia que te adornaban la cabeza? ¿O fue casualidad que te diera todos lo turnos nocturnos para que tu “amigo” pudiera disfrutar a tu esposa? Solo tenés que sacarle la verdad, campeón, y las bombas son tuyas. ¿No querés que te diga la verdad?

Andrew tomó a su jefe por los pocos cabellos que le quedaban para atarlo a una silla al lado de su cautivo. Pero él solo seguía llorando su incompetencia. No respondía a los golpes ni a las amputaciones de sus dedos. Solo lloraba y pedía perdón. De vez en cuando Omar azuzaba al agente con un “Vamos, campeón. Queda poco tiempo. Vamos que lo lográs”. Al amanecer llegó Henri para casi desmayarse con el cuadro. Allí, en esa silla su jefe mutilado pedía clemencia de un totalmente fuera de sí Andrew.

– Por fin llegaste. Me tienes que ayudar. Hay que hacerlo decir la verdad. Es la única manera de que nos digan donde están las bombas. ¡La única! Ya sé que estabas con Johane y si no me ayudas no solo le voy a decir a tu mujer si no que te voy a hacer lo mismo que a él.

Dejó a su compañero de una sola pieza. Luego de que comenzaran a caerle algunas lágrimas silenciosas se puso la manopla y comenzó a trabajar el cuerpo de su jefe. Continuaron por horas sin percatarse que las originales cuatro ya habían pasado hacia mucho. Golpeaban ese cuerpo sin dejar nunca de llorar y mientras el terror de ellos mismos los hacia temblar en cada movimiento. Siguieron y la víctima no dejaba de llorar su fracaso. Seguía repitiendo “No pude salvar a nadie” una y otra vez con cada golpe. De repente y sin levantar la vista del suelo el anteriormente torturado comenzó una carcajada que les heló la sangre.

– ¿Quieren que les diga algo simpático? Nunca hubo ninguna bomba... je je.

El lamento los tiró al suelo. Se enfrascaron en un réquiem de amargura desoladora y llanto, hasta que la furia se apoderó de ellos. Izaron a Omar y comenzaban a usarlo como bolsa de boxeo viviente hasta que una voz los despertó de la iracunda seguidilla de golpes. Alguien dijo: “¿Que golpean? ¿No ven que estoy aquí?”. Detrás de ellos Omar se limpiaba la cara de sangre. No tenia ni un rasguño. Voltearon hacia el objeto de sus golpes otra vez. Johane colgaba de las cadenas, sin vida. Quedaron catatónicos sin poder siquiera lamentarse. Caían de rodillas mientras sus esfínteres se aflojaban completamente.

– ¿Tienen idea de a cuántos inocentes que no tenían ni una uña de terroristas ustedes le hicieron esto? Ciento cuarenta y nueve. Gente que jamas pudo ser feliz de nuevo y familias que nunca pudieron salir de las pesadillas. Bueno, esta vez les tocó a ustedes. ¿Que les parece? No esta mal para un poeta, ¿verdad?

Vistas de página en total