Zequi dice:

No se vayan sin dejar sus comentarios o los atormentaré...

domingo, 22 de junio de 2014

EL OJO DE LA CORRUPCIÓN






Llegaba tarde a su trabajo. Hacía solo una semana Sergio le fue llamando la atención acerca de las llegadas tarde. Desde aquel entonces se había dado cuenta que podía pasar algo que nunca se planteó: podía perder el trabajo que mantenía hacia 12 años. Aún con su amigo como supervisor, eso era una posibilidad. Jamás reparaba, antes de eso, en el hecho de que su falta de responsabilidad había sido un carga para el resto. Pensaba que era el alma de la fiesta. Pero ahora se daba cuenta de que los demás no se divertían mas. Estaban fastidiosos de tener que cubrirlo, y hasta a veces hacer lo que el no hacía. “Pero a partir de hoy será diferente” se repetía. Si, haría lo que fuera para mantener su empleo y demostrar que podía ser mas que una carga.

Atravesó la ultima cuadra sin querer mirar el reloj. En otros tiempos se hubiera detenido a flirtear con la recepcionista, pero no esta vez. Pasó volando hasta la computadora para marcar llegada. Antes de ficharse, miró su reloj, mientras las manos le temblaban. Las 9:00. Suspiró aliviado mientras ingresaba a la computadora su contraseña. Pero algo pasa. La maquina lo bloquea. Miró desesperado cada rincón de esa pantalla para encontrar el motivo de la falla. Allí, en el margen superior derecho, se hallaba la respuesta. Como una sentencia parpadeaba sin detenerse la hora del aparato: 11:00. Buscó a su supervisor con algún dejo de esperanza. Cuando lo encontró se le tiró al cuello.

– ¡Gracias a Dios que te encuentro! La maquina anda mal, no me deja fichar. Tiene la hora adelantada. ¿No me la arreglas?

– El gerente quiere hablar con vos, Mario.

– ¿Qué? ¿Por qué?

– No esta adelantado el reloj. Llegas dos horas tarde. Ya no te puedo cubrir mas.

Entonces recordó su cita con Melanie, su amiguita canadiense. Atrasó su reloj dos horas para no olvidar su encuentro virtual con ella. Y también olvidó volver a adelantarlo. De nada servirían aquel día los ruegos al gerente ni el explicar el por qué del error. Se había quedado sin trabajo. Sin mas.



No se le hizo fácil conseguir su primera entrevista laboral. Después de estar sin trabajo 3 meses, lo llamaron para entrevistarse como “data entry”. Un puesto muy inferior al que había desarrollado en su trabajo anterior. Era un hombre sumamente culto, un gran lector, su redacción era impecable. Pero aun así a nadie le interesaría si era apto para el trabajo. Porque nada de eso servía si no tenia un titulo secundario. Ni siquiera su simpatía y agudo e inteligente sentido del humor eran rivales para la antipatía y la burocracia.

Pasaba los días leyendo mas de la cuenta. Semanas de vacaciones de invierno. Nadie llamaría. Por eso los temas científicos eran los mejores para estudiar en esos. O de alguna manera se convenció que eso era pura lógica. Ya no sentía la necesidad de afeitarse y apenas se bañaba ¿Para que? Pero algo inesperado: empezaba a recordar todo lo que leía. No solo eso. Por alguna razón podía ver un patrón en todo, algo así como la conexión entre cada uno de los tomos de ciencia ficción y los de medicina. Le quemaba en los ojos cada palabra como si las gustara y supieran a pimienta. Creyó que se estaba volviendo loco. Pero no podría parar, hasta esa tarde de noviembre en la que llovía. Sonó el teléfono. Dudó en atender pensando que, quizás, seria el dueño del departamento. Pero unas ganas lo impulsaron desde sus ojos. Como si fueran a estallar si no atendía, por que casi podía ver el camino que había recorrido la llamada.

– ¿Hola?

– Lo llamamos desde el Banco de la Nación... – Era la llamada que había estado esperando– disculpe... ¿usted se había postulado para gerente o cajero?

Había ya pensado como mentir sobre el titulo secundario pero, ¿podría hacerse pasar por un gerente? Por eternos instantes dudó de todo el plan. Pero sus ojos empezaron a quemarle de nuevo. Tenia el conocimiento que necesitaba, estaba allí, en su retina.

– Si... para gerente, señorita.

– Ah disculpe. Entonces lo espero mañana a las 11 en el banco ¿si? El gerente actual le va a hacer la entrevista. Por favor traiga su titulo universitario.

– Bu... bueno. Ahí estaré.

El corazón le latía con mas presurosidad que la que, según recordaba, le hubiera latido en toda la vida. Estaba aterrorizado. Su mente le decía que iría preso, de seguro. O seria humillado que, para el, era peor aun. Pero casi podía ver su plan funcionar. Como si fuera una alucinación. Una que no tenia forma de nada. Era una idea. Pero el la veía, casi palpable frente suyo. Así como veía la linea telefónica iluminada hasta el banco, allá a casi dos kilómetros. Si, la linea telefónica y la vecina que corta salchichas para mezclar con su arroz. No ve su cuerpo. Ve algo mas profundo. La persona real.

Al mirarse al espejo pudo ver su propia persona. Era una buena persona, pero veía una pequeña mancha. Esa mentira que acababa de decir se había colado en su interior y había dejado huella. Pequeña por ahora. No necesitaba mentir. Con estos ojos podía conseguir todo el dinero que necesitara y no necesitaba engañar o defraudar.

Una idea igual de fuerte se instaló en sus ojos. Seria un héroe. Podía vivir de ayudar a los demás. Se sentó ante el monitor para ver los datos. Porque ahora todo tenia sentido. Podía encontrar aquello que nadie encontraba. Y dos meses después ya era rico y famoso. El investigador mas renombrado del país. Con una aguda visión para encontrar. Pero no era el dinero lo que importaba. Era el reconocimiento lo que le inflaba el pecho y le reventaba las venas. Oír que la gente dijera que le debía la vida, o la de sus hijos, y de verdad verlo en su interior. Recibir medallas, llaves de ciudades. El respeto y las mujeres que se derretían con sus, antes insulsos para algunos, chistes de altura.

Estaba en aquel idilio hasta un misero viernes en el que llamó a la fiscalía para dar aviso de un robo de alto perfil que la policía necesitaba detener. Un vez fueron aprehendidos los delincuentes no sintió la gratitud. No la vio con sus ojos ahora plateados de poder. Había pasado su moda. Ahora lo daban por sentado. 

Pero tenia algo en mente. Mas bien enfrente de sus ojos. Un criminal que todos buscan y nadie encuentra: Javier Miliciano, acusado de atentados en los que murieron en conjunto 100 personas. Un desafío hasta para el, que a simple vista no lograba ubicarlo. Pero solo necesitaría un poco mas de concentración. Sentado frente a su ventana. Vigilando desde que amanecía hasta que anochecía. Con los ojos fijos en el horizonte, pero su visión recorriendo todas direcciones. Comparando almas con lo que sabía del criminal, escuchando y palpando con sus ojos. El primer día, derrotado, apenas con fuerzas para caminar hacia su cama y con las piernas entumecidas con los ojos llorosos de impotencia... en el ultimo vistazo vió algo. Alguien que lo observaba... un alma bastante corrupta le había puesto la mirada por un segundo... pero no volvió a encontrarlo y ya estaba demasiado agotado.

Esa noche la preocupación no fue que hubiera otro como el. La preocupación. No. La obsesión, era ganarse de nuevo el respeto y la admiración, la adoración de la gente. No volvería a ser nadie. No volvería a ser rechazado. Incluso dormido, con los ojos cerrados podía ver. Sus párpados no eran rivales para esos ojos. Tampoco una bóveda de acero lo sería.

Se sucedieron los días infructuosos y cansadores hasta que por fin tuvo la epifanía que necesitaba. Solo necesitaba un pieza de ADN para encontrarlo. Una pieza de su ser que le mostrara como era en realidad, como sabía su alma. Sentado desde su departamento en lo mas alto de la ciudad tenia el mundo a sus pies. Hasta podía ver aquella ampolla de sangre que la policía tenia guardada del sospechoso. Sonrió histéricamente al ver como su poder le daba lo que necesitaba. Ahora sería tan fácil. Una mirada solamente; y ahí estaba. Solo, en un agujero que no podía llamarse ni departamento o siquiera cueva. Se veía asustado e indefenso. Lo sobresaltaban los ruidos por inocentes que fueran y parecía tan mal dormido como él mismo. Pero no se condolió por eso. Para Mario solo era un insecto que debía aplastar para obtener adoración. Pero aún algo lo hizo dudar. No había máculas en su alma. Era inocente. Ningún recuerdo de los atentados, ninguna culpa. Eso sí lo hizo dubitar de llamar a las autoridades. Pero ese no era el plan. Llamaría y se aseguraría de que tuviera un juicio justo. Ni el se lo creía, pero fué argumento suficiente para terminar llamando.

Una vez el chivo expiatorio estuvo rodeado por la policía intuyó que nada terminaría bien para el hombre. Estaba por escapar. Pero no estaba dispuesto a dejar que eso pasara. De alguna forma fue capaz de dispararle una gota de su voluntad. Una pizca de poder que decía: “Quédate quieto”. Lo dejó paralizado en medio de las armas largas. Y no esperaron a que se rindiera. Quedó tirado en el suelo con la mirada como fija en el vacío, pero no totalmente en el vacío. Para Mario fue como si lo mirara directamente. Nada lo conmueve a estas alturas. Se había desgañitado trabajando por esto. No dejaría que un pequeño detalle como el hecho de que el hombre era inocente lo molestara.

En su imponente sillón antiguo esperó el reconocimiento de la prensa y las víctimas. Pero al verlos llegando a la puerta de su edificio descubrió algo: no debía darles lo que querían. Ya habían preparado el atril para una conferencia de prensa en el suntuoso lobbie de su apart. Estaban ansiosos por hacerle preguntas y obtener respuestas. Pero el alimentaría su mito negándoselas. Y mientras pasaban los minutos y la espera se volvía larga podía ver crecer su figura en el corazón de las personas. Hasta que finalmente hizo a su mayordomo anunciar que no daría la conferencia. Entonces si. Pudo lamer con su mirada el impacto que provocaba en sus vidas. Llenándose de misterio y firme resolución de saber acerca mas de él.

Los meses pasaron y hasta el impacto y el misterio se fueron esfumando. Tenía que encontrar otra presa de alto perfil. Pero nadie llegaba al nivel necesario. Pero estaba aquello. Allí, guardado en un rincón de sus ojos, esa habilidad para obligar a los demás a que hicieran lo que él deseaba. Como con Javier.

Encontró un asesino mafioso de poca monta. Un tal Carmelo Horizonte. Nadie lo conocía pero pronto... “Toma esos explosivos … ¡todos!” decía la voz en la cabeza de Carmelo. Mientras se dirigía a la escuela con un bolso lleno de c4 tenia la mirada perdida pero podía dialogar con su titiritero. “Por favor, no me obligues. Por favor”.

Al otro día las primeras planas horrorizaban a la gente con la noticia. El hombre responsable del atentado estaba suelto. No por mucho tiempo. Un sola llamada a la fiscalía y pudo saborear, de nuevo, su mito en el corazón de la gente. Lo comenzaban a llamar a llamar “El Ojo”. Como si supieran. Se pasaba los días, ahora, como cuando era desempleado. Desaseado y cuasipostrado. Solo regodeándose es su fama. Solo pergeñando mas terroristas de su cosecha. Se sucedieron los atentados y su respuesta fue rápida.

Pero seguía molestándolo ese “rival”. Alguien con la “visión absoluta”, como la llamaba el. Otro. Cada vez se cruzaban más las miradas. Hasta que un día se puso a buscarlo. Había que cortarle las posibilidades de un ataque. Lo buscó semanas, adelgazando hasta quedarse casi en los huesos. Pero era esquivo. Solo lo cruzaba unas milésimas y luego lo perdía. Era como volar en una tormenta. Ya podía casi reconocerlo e imaginárselo. Tenía la mente sucia y era corrupto a mas no poder. Ese era su rival. Un día, que estuvo a punto de rendirse, decidió que era hora de afeitarse. Y sin proponérselo al levantar los ojos para ver su navaja, lo vió. Le sostuvo la mirada y entonces Mario aprovechó para lanzarle su ataque. Un rayo de voluntad que le susurraría al oído a su contraparte: “Muere”. Mientras ese ataque se acercaba por la espalda de su víctima sonrío porque ahora seria el único. Hasta que sintió el ataque entrar por su propia espalda. Reconoció su propia voluntad en ese venenoso coagulo de energía y entonces, se dio cuenta. Ya no se reconocía a si mismo. Había olvidado mirar los rostros de la gente para, en cambio, ver su alma. Pero también había olvidado su propio rostro. Y su alma estaba tan cambiada, tan oscura y podrida que no se vió a si mismo en el reflejo. Su mano temblorosa cumplió la orden que se había susurrado a si mismo en su mente: “Muere”. Se pasó el filo de su navaja por el cuello.



“El poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente”. John Emerich Edward Dalberg-Acton (Lord Acton -1887-)









No hay comentarios:

Vistas de página en total