Llegaba tarde a su trabajo. Hacía solo una semana Sergio le fue llamando la atención acerca de las llegadas tarde. Desde aquel entonces se había dado cuenta que podía pasar algo que nunca se planteó: podía perder el trabajo que mantenía hacia 12 años. Aún con su amigo como supervisor, eso era una posibilidad. Jamás reparaba, antes de eso, en el hecho de que su falta de responsabilidad había sido un carga para el resto. Pensaba que era el alma de la fiesta. Pero ahora se daba cuenta de que los demás no se divertían mas. Estaban fastidiosos de tener que cubrirlo, y hasta a veces hacer lo que el no hacía. “Pero a partir de hoy será diferente” se repetía. Si, haría lo que fuera para mantener su empleo y demostrar que podía ser mas que una carga.
Atravesó
la ultima cuadra sin querer mirar el reloj. En otros tiempos se
hubiera detenido a flirtear con la recepcionista, pero no esta vez.
Pasó volando hasta la computadora para marcar llegada. Antes de
ficharse, miró su reloj, mientras las manos le temblaban. Las 9:00.
Suspiró aliviado mientras ingresaba a la computadora su contraseña.
Pero algo pasa. La maquina lo bloquea. Miró desesperado cada rincón
de esa pantalla para encontrar el motivo de la falla. Allí, en el
margen superior derecho, se hallaba la respuesta. Como una sentencia
parpadeaba sin detenerse la hora del aparato: 11:00. Buscó a su supervisor con algún dejo de esperanza. Cuando lo encontró se le
tiró al cuello.
–
¡Gracias a Dios que te encuentro! La maquina anda mal, no me deja
fichar. Tiene la hora adelantada. ¿No me la arreglas?
–
El gerente quiere hablar con vos, Mario.
–
¿Qué? ¿Por qué?
–
No esta adelantado el reloj. Llegas dos horas tarde. Ya no te puedo
cubrir mas.
Entonces
recordó su cita con Melanie, su amiguita canadiense. Atrasó su
reloj dos horas para no olvidar su encuentro virtual con ella. Y
también olvidó volver a adelantarlo. De nada servirían aquel día
los ruegos al gerente ni el explicar el por qué del error. Se había
quedado sin trabajo. Sin mas.
No
se le hizo fácil conseguir su primera entrevista laboral. Después
de estar sin trabajo 3 meses, lo llamaron para entrevistarse como
“data entry”. Un puesto muy inferior al que había desarrollado
en su trabajo anterior. Era un hombre sumamente culto, un gran
lector, su redacción era impecable. Pero aun así a nadie le
interesaría si era apto para el trabajo. Porque nada de eso servía
si no tenia un titulo secundario. Ni siquiera su simpatía y agudo e
inteligente sentido del humor eran rivales para la antipatía y la
burocracia.
Pasaba
los días leyendo mas de la cuenta. Semanas de vacaciones de
invierno. Nadie llamaría. Por eso los temas científicos eran los
mejores para estudiar en esos. O de alguna manera se convenció que
eso era pura lógica. Ya no sentía la necesidad de afeitarse y
apenas se bañaba ¿Para que? Pero algo inesperado: empezaba a
recordar todo lo que leía. No solo eso. Por alguna razón podía ver
un patrón en todo, algo así como la conexión entre cada uno de los
tomos de ciencia ficción y los de medicina. Le quemaba en los ojos
cada palabra como si las gustara y supieran a pimienta. Creyó que se
estaba volviendo loco. Pero no podría parar, hasta esa tarde de
noviembre en la que llovía. Sonó el teléfono. Dudó en atender
pensando que, quizás, seria el dueño del departamento. Pero unas
ganas lo impulsaron desde sus ojos. Como si fueran a estallar si no
atendía, por que casi podía ver el camino que había recorrido la
llamada.
–
¿Hola?
–
Lo llamamos desde el Banco de la Nación... – Era la llamada que
había estado esperando– disculpe... ¿usted se había postulado
para gerente o cajero?
Había
ya pensado como mentir sobre el titulo secundario pero, ¿podría
hacerse pasar por un gerente? Por eternos instantes dudó de todo el
plan. Pero sus ojos empezaron a quemarle de nuevo. Tenia el
conocimiento que necesitaba, estaba allí, en su retina.
–
Si... para gerente, señorita.
–
Ah disculpe. Entonces lo espero mañana a las 11 en el banco ¿si? El
gerente actual le va a hacer la entrevista. Por favor traiga su
titulo universitario.
–
Bu... bueno. Ahí estaré.
El
corazón le latía con mas presurosidad que la que, según recordaba,
le hubiera latido en toda la vida. Estaba aterrorizado. Su mente le
decía que iría preso, de seguro. O seria humillado que, para el,
era peor aun. Pero casi podía ver su plan funcionar. Como si fuera
una alucinación. Una que no tenia forma de nada. Era una idea. Pero
el la veía, casi palpable frente suyo. Así como veía la linea
telefónica iluminada hasta el banco, allá a casi dos kilómetros.
Si, la linea telefónica y la vecina que corta salchichas para
mezclar con su arroz. No ve su cuerpo. Ve algo mas profundo. La
persona real.
Al
mirarse al espejo pudo ver su propia persona. Era una buena persona,
pero veía una pequeña mancha. Esa mentira que acababa de decir se
había colado en su interior y había dejado huella. Pequeña por
ahora. No necesitaba mentir. Con estos ojos podía conseguir todo el
dinero que necesitara y no necesitaba engañar o defraudar.
Una
idea igual de fuerte se instaló en sus ojos. Seria un héroe. Podía
vivir de ayudar a los demás. Se sentó ante el monitor para ver los
datos. Porque ahora todo tenia sentido. Podía encontrar aquello que
nadie encontraba. Y dos meses después ya era rico y famoso. El
investigador mas renombrado del país. Con una aguda visión para
encontrar. Pero no era el dinero lo que importaba. Era el
reconocimiento lo que le inflaba el pecho y le reventaba las venas.
Oír que la gente dijera que le debía la vida, o la de sus hijos, y
de verdad verlo en su interior. Recibir medallas, llaves de ciudades.
El respeto y las mujeres que se derretían con sus, antes insulsos
para algunos, chistes de altura.
Estaba
en aquel idilio hasta un misero viernes en el que llamó a la
fiscalía para dar aviso de un robo de alto perfil que la policía
necesitaba detener. Un vez fueron aprehendidos los delincuentes no
sintió la gratitud. No la vio con sus ojos ahora plateados de poder.
Había pasado su moda. Ahora lo daban por sentado.
Pero
tenia algo en mente. Mas bien enfrente de sus ojos. Un criminal que
todos buscan y nadie encuentra: Javier Miliciano, acusado de
atentados en los que murieron en conjunto 100 personas. Un desafío
hasta para el, que a simple vista no lograba ubicarlo. Pero solo
necesitaría un poco mas de concentración. Sentado frente a su
ventana. Vigilando desde que amanecía hasta que anochecía. Con los
ojos fijos en el horizonte, pero su visión recorriendo todas
direcciones. Comparando almas con lo que sabía del criminal,
escuchando y palpando con sus ojos. El primer día, derrotado, apenas
con fuerzas para caminar hacia su cama y con las piernas entumecidas
con los ojos llorosos de impotencia... en el ultimo vistazo vió
algo. Alguien que lo observaba... un alma bastante corrupta le había
puesto la mirada por un segundo... pero no volvió a encontrarlo y ya
estaba demasiado agotado.
Esa
noche la preocupación no fue que hubiera otro como el. La
preocupación. No. La obsesión, era ganarse de nuevo el respeto y la
admiración, la adoración de la gente. No volvería a ser nadie. No
volvería a ser rechazado. Incluso dormido, con los ojos cerrados
podía ver. Sus párpados no eran rivales para esos ojos. Tampoco una
bóveda de acero lo sería.
Se
sucedieron los días infructuosos y cansadores hasta que por fin tuvo
la epifanía que necesitaba. Solo necesitaba un pieza de ADN para
encontrarlo. Una pieza de su ser que le mostrara como era en
realidad, como sabía su alma. Sentado desde su departamento en lo mas
alto de la ciudad tenia el mundo a sus pies. Hasta podía ver aquella
ampolla de sangre que la policía tenia guardada del sospechoso.
Sonrió histéricamente al ver como su poder le daba lo que
necesitaba. Ahora sería tan fácil. Una mirada solamente; y ahí
estaba. Solo, en un agujero que no podía llamarse ni departamento o
siquiera cueva. Se veía asustado e indefenso. Lo sobresaltaban los
ruidos por inocentes que fueran y parecía tan mal dormido como él
mismo. Pero no se condolió por eso. Para Mario solo era un insecto
que debía aplastar para obtener adoración. Pero aún algo lo hizo
dudar. No había máculas en su alma. Era inocente. Ningún recuerdo
de los atentados, ninguna culpa. Eso sí lo hizo dubitar de llamar a
las autoridades. Pero ese no era el plan. Llamaría y se aseguraría
de que tuviera un juicio justo. Ni el se lo creía, pero fué
argumento suficiente para terminar llamando.
Una
vez el chivo expiatorio estuvo rodeado por la policía intuyó que
nada terminaría bien para el hombre. Estaba por escapar. Pero no
estaba dispuesto a dejar que eso pasara. De alguna forma fue capaz
de dispararle una gota de su voluntad. Una pizca de poder que decía:
“Quédate quieto”. Lo dejó paralizado en medio de las armas
largas. Y no esperaron a que se rindiera. Quedó tirado en el suelo
con la mirada como fija en el vacío, pero no totalmente en el vacío.
Para Mario fue como si lo mirara directamente. Nada lo conmueve a
estas alturas. Se había desgañitado trabajando por esto. No dejaría
que un pequeño detalle como el hecho de que el hombre era inocente
lo molestara.
En
su imponente sillón antiguo esperó el reconocimiento de la prensa y
las víctimas. Pero al verlos llegando a la puerta de su edificio
descubrió algo: no debía darles lo que querían. Ya habían
preparado el atril para una conferencia de prensa en el suntuoso
lobbie de su apart. Estaban ansiosos por hacerle preguntas y obtener respuestas. Pero el
alimentaría su mito negándoselas. Y mientras pasaban los minutos y la
espera se volvía larga podía ver crecer su figura en el corazón de
las personas. Hasta que finalmente hizo a su mayordomo anunciar que
no daría la conferencia. Entonces si. Pudo lamer con su mirada el
impacto que provocaba en sus vidas. Llenándose de misterio y firme
resolución de saber acerca mas de él.
Los
meses pasaron y hasta el impacto y el misterio se fueron esfumando.
Tenía que encontrar otra presa de alto perfil. Pero nadie llegaba al
nivel necesario. Pero estaba aquello. Allí, guardado en un rincón de
sus ojos, esa habilidad para obligar a los demás a que hicieran lo que él deseaba. Como con Javier.
Encontró
un asesino mafioso de poca monta. Un tal Carmelo Horizonte. Nadie lo
conocía pero pronto... “Toma esos explosivos … ¡todos!” decía
la voz en la cabeza de Carmelo. Mientras se dirigía a la escuela con
un bolso lleno de c4 tenia la mirada perdida pero podía dialogar con
su titiritero. “Por favor, no me obligues. Por favor”.
Al
otro día las primeras planas horrorizaban a la gente con la noticia.
El hombre responsable del atentado estaba suelto. No por mucho
tiempo. Un sola llamada a la fiscalía y pudo saborear, de nuevo, su
mito en el corazón de la gente. Lo comenzaban a llamar a llamar “El
Ojo”. Como si supieran. Se pasaba los días, ahora, como cuando era
desempleado. Desaseado y cuasipostrado. Solo regodeándose es su
fama. Solo pergeñando mas terroristas de su cosecha. Se sucedieron
los atentados y su respuesta fue rápida.
Pero
seguía molestándolo ese “rival”. Alguien con la “visión
absoluta”, como la llamaba el. Otro. Cada vez se cruzaban más las
miradas. Hasta que un día se puso a buscarlo. Había que cortarle las
posibilidades de un ataque. Lo buscó semanas, adelgazando hasta
quedarse casi en los huesos. Pero era esquivo. Solo lo cruzaba unas
milésimas y luego lo perdía. Era como volar en una tormenta. Ya
podía casi reconocerlo e imaginárselo. Tenía la mente sucia y era
corrupto a mas no poder. Ese era su rival. Un día, que estuvo a punto
de rendirse, decidió que era hora de afeitarse. Y sin proponérselo
al levantar los ojos para ver su navaja, lo vió. Le sostuvo la mirada
y entonces Mario aprovechó para lanzarle su ataque. Un rayo de
voluntad que le susurraría al oído a su contraparte: “Muere”.
Mientras ese ataque se acercaba por la espalda de su víctima sonrío
porque ahora seria el único. Hasta que sintió el ataque entrar por
su propia espalda. Reconoció su propia voluntad en ese venenoso
coagulo de energía y entonces, se dio cuenta. Ya no se reconocía a
si mismo. Había olvidado mirar los rostros de la gente para, en cambio, ver su
alma. Pero también había olvidado su propio rostro. Y su alma
estaba tan cambiada, tan oscura y podrida que no se vió a si mismo
en el reflejo. Su mano temblorosa cumplió la orden que se había
susurrado a si mismo en su mente: “Muere”. Se pasó el filo de
su navaja por el cuello.
“El poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente”. John Emerich Edward Dalberg-Acton (Lord Acton -1887-)
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